Friday, September 30, 2005

Hoffmann 2000 parte II



El tipo llegó con los cigarros y no me gustó la idea de ir a beber cerveza con ellos a ninguna parte. Creo que me chocó sentir la entrega de ella, y un algo de desasosiego en la actitud de él cuando se acercó a nosotros y me tendió la cajetilla con mirada de perro callejero. Mi aura de acero estaba ahí, podía sentir que el mundo se rendía ante ella.

Me despedí, caminé hasta la plaza y descubrí la cerveza de litro que mantuve encubierta hasta que llegué a mi casa. Como desde que tengo doce años saqué las llaves en la esquina de mi calle y empecé a hacerlas girar como un péndulo antes de hacerlas sonar en la palma de mi mano. Metí la llave a la cerradura de la reja, a la de la puerta, y una vez dentro me saqué los audífonos para volver a encender el equipo o sólo para encontrarme con que lo había dejado encendido con la música sonando fuerte.

Desde este momento mis recuerdos son la reproducción de una película en velocidad rápida con momentos de lucidez. Mi departamento era un pequeño loft, es decir, living abajo y pieza arriba en un medio piso. Apagué las luces del primer piso y lo único que hice fue bailar bailar bailar. Ya lo dije, las versiones electrónicas de mis temas favoritos. De repente sentí miedo: imaginé que el primer nivel era el infierno y el segundo el cielo. Sentí que algunos demonios de sombras oscuras me agazapaban por atrás, así que subía a sentirme a salvo en el paraíso, según yo, aunque no había ningún ángel. Tuve mi primera alucinación, si se puede llamar así: fue un pensamiento; como si alguien me dijera que, en primer lugar, iba a ser padre; segundo, mi “hijo” sería mujer; y en tercer lugar, ella iba a representar la eterna lucha entre el bien y el mal, y yo tendría que preocuparme que triunfara el bien sobre ella, lo que la convertiría en un nuevo Mesías, porque, en caso contrario, trabajaría para el mal y sería la Babilonia del Apocalipsis...............

Después de eso encendí las luces y volví a bajar a tener otra sesión de baile, con el mismo disco y las mismas canciones que ya había escuchado por tres vueltas. Me acerqué al computador. Me dio por escribir una breve descripción de lo que sentía y una idea que se me vino a la mente en ese momento “el diablo es el cafiche de Dios, el que le cuida las putas”… algo así. No pude escribir nada más porque estaba demasiado acelerado. Terminé el texto con un balbuceo del tipo kjhdsakljdhañslcnlkncoehfpi{ñmcñ{lja{cpñja{cpvhnñljvhsñdvkljhgsñldjvhs{lvhsdlvh{lsdkhv{lsakhv{lsakhv{lsakhv{ouhghw{lnv´wyhgwiph{knklñnasl{kfhqIDFLKWEGBFKJDBSFKLJSDBFKJSHDFKSHDFJHSFLHASLFHALFHLAKSFHLAFKLJJKJSFS WWWWOOOOOOOWOWWWWWOOWOWOWOWOWOWOWOWOW

O algo así.

Seguí bailando. Me demoré en tomarme la cerveza pero de todos modos me compré dos más. Tenía un poco de susto que el alcohol me fuera a hacer mal…… la mezcla, digo.

Y así como así, de un momento a otro me puse cachondísimo. Pero estaba solo. Yo, La música, la cerveza y mis cigarrillos…

Me senté sobre el sillón y empecé a tocarme. La música me acariciaba los costados con el pum pum pum de su ritmo. Me tocaba y sentía que follaba con la existencia: La sentí como un gran globo invisible sobre mí, nos unía mi placer y ella estaba sobre mi como una amante salvaje. Con los ojos cerrados o abiertos sentía lo mismo, me excitaba cada vez más. Es difícil de explicar, pero repito, me estaba follando a la existencia. Tuve un megaorgasmo.

Después de eso bailé otro rato más. La misma música en todo momento. A las ocho de la mañana el negocio de mi barrio ya estaba abierto. Fui a comprar otra cerveza. Así estuve hasta las nueve y media de la mañana, con la misma ropa de toda la noche. A esa hora el efecto ya estaba pasando, sólo me quedaba el ánimo anfetamínico. Decidí ir a encontrar a Fábula camino a su universidad.

Me paré en la esquina de su casa. Había caminado rápido y siempre al ritmo de la música que surtían los audifonos. Salió de su casa y me vio. Se cagó de la risa cuando le conté una parte de mi experiencia. Después me pidió que me fuera, andas muy raro.

Caminamos juntos hasta el metro.

Llegué a mi casa a hacer aseo. No dormí hasta que llegó la siguiente noche. Antes de acostarme hablé con Fábula. El fin de semana nos iríamos a la playa y ella aprovecharía de hacerse el test de embarazo.

Saturday, September 24, 2005

Hoffmann 2000 parte I



Habíamos comprado un ácido para ese fin de semana. Dos mitades de un Hoffmann 2000, el ácido del momento. Iba a ser mi primera vez y la suya también. Lo llevé envuelto en papel de aluminio y al llegar lo metí en el congelador por que ahí según decían conservaba intactas sus propiedades lisérgicas.

Lo tomaríamos cerca de la playa o en el cerro desde donde pudiéramos ver el mar. Pero la noche de nuestra llegada se nos rompió el condón, y ella, no sé por qué motivo SABIA que el ácido lisérgico era abortivo. Y nosotros queríamos tener ese hijo; por algo habíamos seguido follando después de la ruptura, porque cuando nos miramos después de ver que el condón estaba completamente roto reaccionamos de dos modos, primero sorprendidos y después asumidos… más tarde felices. Aunque no estábamos seguros si ella estaba embarazada o no, pero de todos modos preferimos guardar el ácido para revenderlo en la capital o regalarlo o lo que sea. Si es que lo tomábamos, en el mejor de los casos seríamos padres de un hijo deforme, así que no quisimos arriesgarnos.

Fábula (F.) ni siquiera quiso tomar vino al día siguiente. Decidimos esperar y no comentar el tema hasta el próximo fin de semana, cuando compraríamos un test de embarazo y sabríamos qué tan real era nuestra certeza. De todos modos terminamos el fin de semana follando con condón, procurando revisar cada cierto rato que este no se hubiese roto.

Nos separamos el domingo en la tarde de vuelta a la capital. Fábula me dijo te lo podrías tomar tú. Yo lo pensé unos segundos y le dije de más, que lo probaría al otro día. Me preguntó a quien iba a invitar a tomármelo. Le mentí, le dije a nadie. Me dijo pero cómo te lo vas a tomar solo, estás loco, y me dio los nombre de dos o tres amigos a los cuales ella creía yo debería invitar. Pero apenas me quedé solo llamé a la mina que me estaba comiendo antes que ella y le pregunté si se quería tomar un ácido conmigo al día siguiente. Esta me dijo te respondo mañana. Lo que yo había escuchado del ácido era que a uno lo ponía muy cachondo y que los polvos durante el efecto eran los mejores de la galaxia. Me entusiasmé pensando en mi amiga que tenía un culo delicioso y me la imaginé en cuatro, delante de mí, con sus nalgas blancas y redondas vibrando y el coñito rosado y jugoso guiñándome el único ojo.

Llegó el lunes. De vuelta de clases llamé a mi eventual compañera de viaje y le pregunté que onda. Mentiría si dijera que recuerdo que clase de excusa fue la que me dio para zafarse de la situación. Le dio miedo, pensé. Ya sea yo o el ácido algo le dio miedo. Yo ya estaba decidido a tomármelo así que me programé para que ese día fuera mi primera experiencia con el LSD (Lucy in the Sky with Diamonds).

Los papelitos medían no más de cinco milímetros por lado. No se te ocurra venir para acá, ni llamarme a deshoras, me dijo Fábula al teléfono, poco antes de la hora señalada. Me lo repitió muchas veces. En un día como ese, 16 de octubre, la primavera en la ciudad se veía representada con lo que había fuera de mi casa: gran cantidad de pétalos de un árbol de flores marfil esparcidas a los pies de las veredas. A las nueve y media de la noche me puse el primer papelito sobre la lengua. Este se deshizo rápidamente y pensé que la velocidad de su descomposición en mi boca me jugaría en contra para sentir el efecto. Me senté frente al computador a navegar en Internet con conexión telefónica a 14400 bps. desde un procesador 486 de primera generación. Apenas se la podía con el Explorer versión 3.0 y el mIRC.

Pasó una hora y no sentí efecto alguno. Recordé cuando una amiga me dijo ves como que las cosas respiran, pero yo no veía nada respirando, ni siquiera los cojines. Convencido que el ácido estaba medio vencido me tomé la otra mitad. Así dieron las once de la noche. En una extraña nostalgia quise llamar a mis viejos. Me contestó mi papá, prácticamente dormido y tuvimos una conversación inconexa. Pensé: que él hable incoherencias se entiende, estaba durmiendo y ni siquiera se limpió la baba del sueño para hablar mejor, pero yo estoy absolutamente despierto así que algo me pasa; le corté antes de que se percatara de algo raro, aunque dada su somnolencia esa posibilidad no existía. ¿Cómo saber si me había hecho efecto? Para eso estaba Internet. Escribí: efectos del LSD. En una de las páginas decía claramente “pupilas dilatadas”. Fui al baño a mirarme al espejo: dos agujeros negros ocupaban el área de mi cara donde antes estuvieron mis ojos. Estaba en ácido. Me puse eufórico y todo en mí se despertaba para darle la bienvenida a las sensaciones que experimentaría esa noche, como si mi cuerpo las conociera de antemano. Apagué la luz de mi departamento, me senté en mi sillón personal ubicado frente a la entrada y me dediqué a mirar la puerta de ventanas del acceso por donde llegaba la luz de los candiles, tenuemente. La figura humana de un autoadhesivo que había puesto ahí unos meses antes se empezaba a contonear al ritmo de mi imaginación.

Me paré y prendí la luz. Apagué la luz. La volví a prender y la apagué de nuevo. Salí por la puerta a mirar hacia la calle, y el espectáculo fue inolvidable: los pétalos blanquecinos que estaban en la calle brillaban; me recordaron esos tesoros de dibujos animados ochenteros onda dungeons and dragons donde las camas de los dragones eran grandes depósitos de oro radiante. Eran manchas fosforescentes sobre la gris línea de asfalto. Volví a entrar y a encender la luz. Fui al baño y me senté a cagar. En la pared de baldosas que quedó frente mío faltaban algunas losas. El cemento donde estas habían estado pegadas formaba un bajorrelieve de poros negros contra una superficie gris. Pero al mirarlo durante unos segundos los poros del cemento se volvían grises y la superficie negra y así sucesivamente como en un baile oscilante o esos fractales de colores cambiantes que mostraban al terminar las transmisiones de uno de los primeros canales privados. La imagen era fantástica.

Me limpié el poto y salí al living. Prendí la radio: nada de lo que sonaba me gustó. Saqué un disco en el que tenía las versiones electrónicas de las canciones que más me gustaban en ese tiempo y me puse a bailar, solo, a oscuras otra vez, en medio de la habitación. Al cabo de un rato me dio sed. Pensé en llamar a Fábula pero me arrepentí de inmediato. Cuando ya me dieron ganas de fumar también, no pude aguantarme más y decidí salir a comprar cigarros y cervezas. Pero había un problema: la música me tenía caliente y de modo alguno saldría sin ella. Encontré una fácil solución: grabé el disco entero en un cassette y salí con mi walkman. Paranoico por el frío que por esas fechas ya estaba casi extinto me puse un chaleco y un abrigo de gamuza tipo highlander y salí. El beat de los audífonos, y mis pasos, se llevaron de maravilla. Una rara especie de seguridad me tenía envuelto, sentía como si un campo de fuerza me rodeara, me sentía infinitamente SEDUCTOR. Sentía en ese momento que cualquier mina que se me hubiese puesto por delante sería inapelablemente mía. Llegué a la estación de servicio más cercana a mi casa y compré una cerveza de litro. Al salir del minimarket pasaba un viejo amigo malabarista del barrio por entre los dispensadores de bencina. Hola le dije y me acerqué efusivamente. Hola me dijo él, tímidamente, mirándome asustado o incómodo y yo sentí que mi campo de fuerza lo estaba doblegando. Se fue apenas pudo zafarse de mí.
Ahora me faltaban los cigarros. Caminé hasta una plaza encerrada entre dos grandes avenidas que estaba cerca de ahí y escondí la cerveza debajo de uno de sus bancos. Quería encontrar a alguien con quien pudiera comprar cigarros, no quería gastar en una cajetilla completa. Hice minutos parado en la esquina de Eleodoro Yañez con Providencia, cuando divisé una pareja que venía de la mano proveniente desde plaza Italia. Cuando pasaron a mi lado les conversé un par de cosas. Cuando los vi reirse conmigo les pregunté ¿tienen cigarros?. No, me respondieron, pero ahora vamos a comprar. Compremos una cajetilla a medias les dije y ellos estuvieron de acuerdo. Empezamos a caminar juntos en dirección a una Copec que estaba poco más allá. ¿De donde vienen?, pregunté. De un evento, trabajamos como garzones… ¿y tú? dijo él, mirándome, de verdad interesado. De muy lejos, dije, pero era imposible que ellos entendieran a qué me refería. Él era bajito y simpático. Ella menuda y coqueta. Yo sentía en el aire su atracción hacia mí y cómo mi campo de fuerza la dominaba. Faltaba cruzar una gruesa avenida para llegar a la bomba. Juntamos las monedas y ella le dijo a su novio anda tú no más, para qué vamos a ir todos. Él asintió y partió a cruzar la calle. Ella me miró maliciosamente y yo me reí coquetamente en su cara de sus intenciones. Podríamos ir a tomarnos una cerveza a la plaza, me dijo. Yo la miré de arriba abajo y me gustaron sus tetas y su cara de caliente. Podía sentir en el aire sus feromonas y estoy seguro que ella también percibía las mías que deben haber estado más fétidas que nunca. Recordé mi cerveza escondida en la plaza.

Dentro de la caseta transparente donde vendían los cigarrillos el novio de mi acompañante levantaba su mano para apuntarle a la cajera una sección de la cigarrera que flotaba sobre la registradora.

Thursday, September 22, 2005

Dos más dos son cuatro cuatro y dos son seis



Al entrar a la losa del Terminal ahí estaba un bus esperándonos. Subimos.

En el viaje hablamos de distintas cosas, nos dimos buenas razones para estar enamorados el uno del otro; nos dijimos cosas cachondas como me gusta cuando tocas mi verga a lo que ella respondía me gusta tocártela y cuando lo hago me dan ganas de metérmela a la boca, en fin, cosas cariñosas de ese estilo.

Cosas lo suficientemente cariñosas como para llegar a descargar las mochilas en la casa y bajar a la playa a saludar amigos, concertar algún carrete para la noche y esperar que esta llegara a brindar propicio espacio a los impulsos que veníamos acumulando desde el día.

Por ser un fin de semana normal los amigos del balneario no tenían planes y los visitantes eran tan escasos como ella y yo, así que no quedaba nada más que juntarse cenar con mis viejos al calor de una copas de vino para luego ir a dormir. Y para ese dormir lo único que necesitaba era mi paquete de condones. Sobre todo esa noche en que ella pasaba por su día más fértil.

Insisto, ella siempre fue un amor. Nos desnudamos bajo las sábanas y lo primero que hizo fue bajar a interceptar mi verga para hacerla entrar en su boca y dejarla recorrer sin problema por las cavernas interiores de sus mejillas, encerrada en su lengua que giraba alrededor siguiendo curso de tirabuzón. Después, con su clásica ternura estiraba un brazo hacia fuera para que pusiera en su mano un condón marca PRIME. Y así lo hice. Lo abrió tal y como especificaban las instrucciones: presionó la punta para que se escapara aire y el resto lo enrolló hacia abajo sellando el cipote erecto. Su cuerpo salió de entre las sábanas con gesto de triunfo mientras hundía sus ojos en mí y mantenía firme el miembro que se iba rodeando de sus labios calientes.

Entré. Ella se sacudía sobre mí como si estuviera haciendo un casting para la película porno que la haría famosa de por vida. La oscilación de su vientre sobre mi cuerpo fue cada vez más angosta y frecuente. El movimiento se transformó en muchos otros hasta que nuestros mutuos deseos entraron en sintonía y mis bramidos y sus gemidos se hicieron un solo ruido.
Nos fuimos.

Ella gritó y las paredes y el techo se hicieron cómplices de su máximo placer. Yo más recatado me excitaba el doble: corriéndome y mirándola.
Sorbimos ambos los conchos del deleite. De pronto ella, como aceptando que era hora de reconocer lo que ambos sabíamos en un plano muy lejano, se salió, para que pudiéramos ver mi verga completamente mojada y con un anillo de látex perfectamente recogido en su base.
Nos reímos. Nos pusimos serios. Meditamos unos segundos y nos preguntamos qué hacer, se nos había roto el condón y ella estaba en su periodo más fértil.

Nos dimos cuenta que ella ya estaba embarazada, por mucho que se lavara o hiciéramos lo que hiciéramos, mi semen la había penetrado en un torrente magnífico que nadie podría hacer devolver. No lo meditamos más.

Ante la certeza decidimos seguir follando. Esta vez, sin condón.

Y así lo hicimos.

Me fui dos veces más dentro de ella.

Friday, September 16, 2005

Comienzo del Viaje


La semana siguiente fue normal. Ella ya había empezado a quejarse o a manifestar sus ataques de colon. El día martes fuimos al médico, acompañados por su madre. En el trayecto la madre de F. me preguntó abiertamente si estábamos usando condón. F. se molestó con ella. Yo me puse nervioso pero contesté de todos modos Sí le dije y uso los de mejor calidad, los LifeStyles extra resistentes con nonoxynol 9. F. se había escondido en una farmacia para no oír nuestra conversación que la avergonzaba. Pero su madre y yo nos reíamos con el tema y ella no dejó de advertirme que bueno, porque F. no toma pastillas hace meses. Me contó algo de un problema que había tenido F. alguna vez. Algo de un casi embarazo o una perdida o no sé qué problema hormonal producido por el consumo prematuro de anticonceptivos. La palabra prematuro quedó dando vueltas en mi cabeza. F. berreaba al lado de su madre como una niña pidiéndole que no contara sus intimidades. Por fin llegamos al edificio del gastroenterólogo y la conversación acabó al llegar al ascensor. En el ascensor sólo nos reíamos, los tres. Un par de mujeres que subían con nosotros rieron también, no sabían por qué, pero les era divertida nuestra risa.

El médico atendió a F. y a mi suegra. Yo me quedé afuera esperando. Cuando salieron F. estaba casi desmayada. Borracha. El galeno le había hecho una endoscopía, es decir, algo que le metió por el culo previa anestesia, para ver que mierda tenía en el colon. Este no estaba muy bien, tenía unas úlceras. El médico le recomendó unas pastillas y le dije a F. yo te voy a cuidar con todo mi amor y te vas a mejorar. Y era cierto. A esa altura ya la amaba como un desquiciado. También fue cierto que la cuidé con todo mi amor. También fue cierto que a las pocas semanas estaba recuperada, en parte gracias a lo que pasó después.

Todos los días éramos felices. A veces, sólo para verla, en las mañanas me aparecía en la estación del metro donde debía subirse para ir a la universidad, y ahí estaba yo esperándola con una flor o un poema que había escrito la noche anterior. Ella también era feliz, y así se lo decía a sus amigas, a las que ya les caía bien sin conocerme, sólo por el hecho de darle felicidad a sus compañeras.

El jueves de esa semana la fui a buscar a su casa para alojar en la mía. Al día siguiente nos íbamos La Playa. En su casa vivía con su madre y un primo, DP., hermano de la antes citada CP. Este era un gordo hablantín que vendía marihuana de primera calidad. Debido a que estaba fumando constantemente, comía con mucha frecuencia y su estado físico acusaba el deterioro del abuso de las grasas y aceites. Nos ofreció probar su última adquisición, unos pitos punto rojo que según F. había probado un día antes y la habían dejado con la cabeza en más de tres planetas. Acepté y le di una buena calada. F. también probó de una con lo que era suficiente para ella quedar muy voladísima.

Salimos de la casa riéndonos hasta de la lentitud con que caía la noche. Pero mientras más avanzábamos el efecto se iba haciendo más fuerte en mí, hasta dejarme aturdido.

En el trayecto de su casa a la mía me hizo una pregunta:

- ¿quieres saber con cuantos me he acostado?

Lo medité un segundo y le dije que no, que para qué. Pero ella insistió.

- ya poh, déjame decirte con cuantos me he acostado
- no creo que quiera saberlo
- a ver… pero trata de adivinar.

De a poco empecé en el juego. Traté de figurarme con cuantos huevones se había acostado una mina de veinte años, considerando que yo tenía veintitrés y tenía unas ocho banderas clavadas a mi haber. Pero estaba tan aturdido por la marihuana que lo único que podía pensar era en que no quería tener esa información.

- no lo sé… no se me ocurre… no quiero saberlo.
- con veinte – dijo

Con veinte dijo y yo me quedé con la frase pegada en la cabeza por unos segundos. Ella me miró como esperando una respuesta de mi parte. Yo estaba en silencio sintiendo una extraña mezcla de emociones en mi cabeza, cuerpo, estómago, piernas, brazos, etcétera, todo mi ser estaba desasosegado. La volada de la marihuana se me volvió en contra. Me sentía mal.

No hablamos más hasta llegar a casa.

S. no había llegado. Lo llamé para saber a qué hora vendría. Me dijo que no lo haría hasta bien entrada la noche, que tal vez no volvería por que estaba en casa de una nueva amiga. Cortamos y me dispuse a cocinar algo: estaba hambriento.
F. es, fue y siempre será una maniática del orden. Apenas llegamos subió a mi dormitorio y me empezó a preguntar mientras yo cocinaba ¿te echo esto en la mochila?, yo le preguntaba ¿qué es? Y me decía un chaleco rojo con rayas azules, por ejemplo. Yo le respondía si o no entonces me armaba el bolso. Puse la mesa y cuando la comida estuvo lista, bajó. Se había puesto un polerón mío y me sonreía y se veía preciosa. Se me olvidó todo lo que me había contado por unos instantes.

Después de comer nos sentamos en el sillón que estaba al lado de la mesa. Nos empezamos a besar y a tocar y ella se sacó toda la ropa de una y quería que me la follara ahí mismo. Pero para mi sorpresa me pasó algo que nunca me había pasado antes: no se me paró. Ella me lo chupaba y trataba de animarlo como a un cachorro lastimado, pero nada de eso funcionó. Yo me puse nervioso y sentí vergüenza, pero ella me consoló diciendo que era normal, que no me preocupara, que no era la primera vez que le tocaba algo así. Yo no me sorprendí considerando la cantidad de amantes que había tenido. Ella se vistió me hizo cariño y nos olvidamos del asunto. Subimos a mi dormitorio y nos recostamos en la cama a ver televisión. Ambos teníamos la vista en la pantalla cuando sentí deseos de follármela. La empecé a besar y me dijo no te exijas. Pero cuando me dijo eso le llevé su mano a mi verga que estaba dura como de costumbre, y rodeándola con sus dedos se rió de buena gana. Esa noche, por primera vez, más que follar, hicimos el amor.

Al día siguiente nos despertamos para follar en la mañana, bañarnos y salir a buscar el bus. Se me estaban acabando los condones. Quise ir a comprar antes pero ella quería aprovechar el día así que partimos inmediatamente al Terminal. En el Terminal pasé a una farmacia, pero no tenían los LifeStyles extra resistentes con nonoxinol 9. Sólo condones de otra marca, Prime. Ella me apuraba desde afuera así que los compré, aún sin conocerlos, tres paquetes de tres condones cada uno. Lubricados.

Wednesday, September 07, 2005

First Troubles

¿Es norma que en el primer carrete que se va con una pareja nueva siempre se tienen que tener los primeros problemas? Ese primer fin de semana juntos fuimos a el cumpleaños de una de sus mejores amigas, G.
G. era una descendiente de italianos que había tenido un forro espectaculiar. Ahora estaba gorda y sebosa. De todos modos celebró su cumpleaños e invitó a todas su amigas, algunas eran primas de F. como CP. Y FP. Esto significaba que era mi presentación en sociedad también.

Para no empezar mal llegué sobrio. Fuimos en el auto de S.: F., yo y un amigo de S. apodado El Chico. La fiesta estaba bien abastecida de pizzas en miniatura y cantidades industriales de pisco y coca cola. F. fue una amorosa y nos trajo piscolas a todos sus acompañantes. Cuando llegaron sus primas me presentó. Parece que estas, más que encontrarme guapo, les caí bien, por que se quedaron conversando conmigo largamente. Pero los problemas empezarían en cualquier momento. Yo estuve pegado a S, en todo momento mientras F. saludaba a gran cantidad de gente que se notaba no veía hace tiempo. El Chico, que también era músico, y estaba a punto de entrar a la banda de mi amigo M., se había encontrado con algunos conocidos y conversaba con ellos. O trataba de engrupirse a la prima de F., FP., con la que bailaban salsa, entre otras cosas. El Chico es un gran bailarín. Apareció F., la vi desde lejos. El Chico la sacó a bailar. F. aceptó y sobre la pista estaban los mejores bailarines de la fiesta. Pero debe haber sido una patología la de F. porque empezó a bailar como lo hacía conmigo, es decir, así de cachonda. S. y yo mirábamos la situación ya no muy lejos de ahí cuando F. me miró. Se rió nerviosamente como sabiendo la maldad que estaba haciendo pero la ignoré, le pedí a S. que me acompañara afuera.

Yo estaba apestado. S. me dijo ¿y por que no entrai a bailar con ella?, ¡es tu polola! Le dije que no, que no importaba, pero la verdad era otra. Ella salió:

- ¿por qué estás aquí?
- Porque no quiero estar adentro
- ¿por qué?
- Cómo que por qué? Porque no te quiero ver bailar con otro huevón así de calientemente.
- Ay, no te pasis rollos- me dijo.

Volvió adentro. Cuando se acabaron nuestros tragos fuimos a por más S. y yo. En la improvisada pista de baile F. y El Chico bailaban exóticamente, por decir lo menos. El hacía como que la tocaba o la tocaba asolapadamente. Ella se hacía la desentendida asolapadamente también. Me dio rabia. Más encima F. me da una mirada del tipo ay, que susto. S. traía los vasos. Di un trago y dejé mi vaso sobre una mesa. Me acerqué a El Chico masticando la rabia, lo mire a los ojos tomándole la mano a F. Le dije ¿me permite? y él como todo un caballero hipócrita e improvisado me dijo adelante, toda suya y se retiró. F. y yo comenzamos a bailar. F. celebró mi actitud con una sonrisa. Las primas de F. observaban y una me lanzó una sonrisa cuando hice ese gesto.

Después FP. trató de engatusar a El Chico, pero este estaba caliente con F. y apenas podía se acercaba a hablarle cualquier cosa. F. no bailó más con él. El Chico ya estaba bien borracho. Le pedí a S. que nos fuéramos y aceptó. Yo ya estaba demasiado emputecido con todo. El Chico se quedó con FP., ella lo llevaría a casa. Nosotros nos iríamos todos juntos a mi casa. En el trayecto al auto le grité a la noche ¡ERES MÍA Y SÓLO MIA! Pero el grito, mis acompañantes sabían, no era para la musa nocturna sino para F. que reía a mi lado. Llegamos. S. se fue a acostar inmediatamente. Nosotros también.

Apenas estuvimos en la cama nos desvestimos por completo. Para mí no había cosa más agradable que sentir el cuerpo de F. sin ropa después de llegar desde un frío exterior, momentos antes que nuestras pieles lleguen a entibiarse de sobremanera, acaso a sudar. Todavía sentía rabia dentro de mí. Las últimas piscolas hicieron efecto tardío, TODAS LAS ANTERIORES hicieron efecto tardío ya que una vez que me relajé del acoso de El Chico, se abrió la compuerta sensible para el licor en mi cerebro. Se lo metí antes que nuestras pieles se entibiaran. Fui brusco. Eso le gustó. La embestí con toda la rabia que tenía adentro. Ella ARDÍA de placer. La di vuelta. Ante mi fuerza lo único que le quedaba era afirmarse del muro blanco donde se apoyaba la cabecera de mi cama. Yo la presionaba contra el muro, como castigándola. Sus brazos se abrazaban a él como si hubiera caído ahí, apoyando también su cuello y su cabeza contra la pared. Con cada remezón ella sentía el azote del cemento y también lo disfrutaba. Yo tenía sus piernas abiertas sobre las mías afirmadas con las manos. Tenía toda su fragilidad a disposición mía.

Gracias al efecto del licor mi orgasmo se retardó más de lo normal. Apenas ella empezó a venirse me fui también. Claro, me excitaba aún más al oírla gemir el orgasmo. Cuando saqué el cipote ella cayó sobre mis almohadas, como si hubiese estado encerrada en el puño de King Kong haciendo contorsiones. Estaba ahí con la frente sudada cuando me dijo parece que voy a tener que hacerte enojar más seguido. Me reí.

Estúpidamente, me reí.