Sunday, December 18, 2005

The meeting



Nos encontramos, inevitablemente, en la red. No recuerdo quien saludó primero pero al cabo de pocos segundos ya nos estábamos jajajeando vía messenger. Me contó que estaba pololeando así que inmediatamente me dispuse a filtrar todos los elementos de seducción que podía dejar pasar en la conversación, al igual que si la tuviera en frente decidí dirigirme a ella como si ya fuera mi nueva mejor amiga. Me dijo que trabajaba en marketing en una empresa de la ciudad y que al día siguiente tenían un desayuno en un céntrico café con sus colegas, reunión de pauta la llamó, que por motivos que no pregunté no sería realizada en la oficina. Se desocupaba a las diez y media así que a esa hora me citó para que nos tomáramos un café y nos conociéramos personalmente. En un momento de la chat talk cambió su avatar de dibujo de comic por uno con su fotografía y ahí apareció una cara morena con ojos felinos y sonrisa de "todos los días son días de fiesta", no quiero decir cara de caliente porque no era precisamente eso pero si una invitación gestual a pasar momentos inolvidables para el cuerpo. La volvió a cambiar justo antes de decirme que pesaba cien kilos y preguntarme si todavía estaba interesado en juntarme con ella, a lo que le dije sí, ningún problema, haciéndome el que no había visto la foto. Me lo dijo jajajeándo también y después de eso se desconectó.

A la mañana siguiente, 10:30 horas, yo ya estaba en el café en cuestión. Puerta de acceso de cristal, barra a la mano derecha, mesas redondas al centro y semicirculares a la izquierda con asientos de cuerina y acolchados. En uno de estos me senté a esperar que apareciera o que me llamara. Entró al café mirando a todas partes, pasando incluso la mirada sobre la mía, poco antes de la hora. No alcancé a reconocerla antes de hacerle una seña y siguió derecho hasta la escalera que conducía al segundo piso, donde supuestamente nos encontraríamos, pero no subí por pudor de conocerla ahí mismo y verme en la situación de ser presentado por alguien que no conozco a personas que conozco menos aún. Era delgada, caminaba un poco torpe, por el desasosiego supuse, de conocer a alguien nuevo sin antecedentes ni referencia facial alguna. 10:32 y mi teléfono sonó. ¿Donde estas?. Abajo. Ok, me parece haberte visto, voy para allá.
Antes de sentarse conmigo saludó amigablemente a personas de dos mesas aledañas y a mí cómo si nos conocieramos de hace mucho tiempo. Los dos nerviosos, los dos disimulando, empezamos por hablar de lo cotidiano, presentarnos, qué haces tú, qué hago yo, en fin, lo típico. Después los hijos, la relación con las contrapartes, una leve pincelada a los rollos personales, y así desenrrollando la lengua hasta que sonó su teléfono. Era su pololo. Estaba afuera del café y la había visto conmigo que por causa de ella había estado batiendo la mandíbula en jajajeos reales y sonoros. Me pidió que la acompañara. Mientras pedimos la cuenta nos pusimos de acuerdo con qué decirle y acordamos que yo sería una persona de la oficina de Santiago que estaba de paso por la ciudad. Se puso de pie antes que yo. Caminó hasta la puerta gracias a lo que vi bajo la etiqueta de sus jeans Kosiuko un culo bastante redondo y apetitoso para ser tan delgada. No quise que me viera mirándole el trasero así que corrí la vista al cordón de mis zapatillas antes de pararme.

Salimos. El intento de presentación fue en vano porque en cuanto estuvimos todos frente a frente ella empezó a hacer la introducción pero el muy imbécil apenas me miró y me dijo a los ojos o un poco más abajo estoy muy apurado, muy apurado. La tomó del brazo y la metió a la sucursal del banco de junto al café. Eso me pareció pésimo, por muy apurado que se esté hay que darse el tiempo de escudriñar a quien está junto a tu novia riéndose a mandíbula batiente y haciéndola reir a ella de igual modo, lo que puede ser peor. La esperé sentado en una de las sillas del banco. Ellos bajaron al subterráneo de la sucursal, ahí estaban las cajas, y me quedé cantando "estoy mirando a tu novia y qué" en mi cabeza. Ella subió sola. ¿Vamos a almorzar?. Me llevó a un viejo restaurant de esa ciudad.

Almorzamos, seguimos conversando como viejos amigos en un diálogo que parecía juego de ajedrez porque nos dábamos tiempo para que cada uno hablara como si fuéramos moviendo piezas. Después la acompañé a su oficina. Me llevó a pasear en su auto en dirección a la que había sido su universidad. Me mostró la biblioteca, el lugar de las protestas, y tipo seis de la tarde a un pequeño local de expendio de completos, churrascos, sandwiches en general, con mesitas y todo. Saliendo de ahí me llevaba en su auto camino a mi casa y poco después de casi chocar por su distraída conducción le dije el único cumplido de esa altamente-insoluble-en-la-memoria jornada: me gusta tu nariz. Su nariz era grande y recta, un resumen de lo que ella parecía a simple vista. Al momento de la despedida, un titubeo antes de decidirme por un hipócrita abrazo fraterno. Más tarde la llamé para saber cómo había llegado a su casa. Ya me había tomado un par de roncolas, las que trataban de empujarme a decir algo más, no había dejado de pensar en ella desde que nos separamos, pero al escuchar una voz masculina de fondo me contuve, le podría traer problemas. Al día siguiente nos encontramos en MSN. Esa noche viajé de vuelta. Al día siguiente fue ella quien llamó para saber cómo había llegado a Santiago. No perdimos contacto vía MSN en toda la semana siguiente, o en casi toda, hasta el día en que me dijo que había terminado con su pololo, poco antes de preguntarme si la recibiría en mi casa en Santiago por el fin de semana. Claro, le dije, pero sólo tengo una cama. No es problema, me respondío, poco antes de cortarme para hacer rápidamente sus maletas y tratar de alcanzar el vuelo de las 21:00 hrs.

A seiscientos kilómetros de distancia, un conjunto de letras tras una pantalla blanca y silenciosa me provocaba una de las erecciones más grandes de los últimos tiempos.